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No todo lo que se crea es industria: El espejismo de las pymes culturales disfrazadas de industria cultural

“Nos llaman industrias culturales mientras vendemos fanzines en una plaza, bordamos rebeldía en camisetas y sobrevivimos con ferias autogestionadas. Si esto es industria, ¿Dónde están nuestras fábricas, seguros, vacaciones pagadas y fondos de inversión?” 

Una artista textil del sur de Quito

El mito de la industria cultural en territorios precarios

En Ecuador y gran parte de América Latina, se repite como mantra que “las industrias culturales son el futuro de la economía creativa”. Pero muchas veces, lo que se celebra como industria no pasa de ser la subsistencia diaria de colectivos y creadoras sin garantías. ¿Es justo usar el mismo nombre para una pyme cultural que para Netflix?

Mujeres creadoras: motor invisibilizado

Son mujeres quienes sostienen gran parte de las actividades culturales. Madres, jóvenes, cuidadoras, adultas mayores, migrantes. Quienes entre bordado y ensayo cuidan a sus hijos, gestionan proyectos y buscan financiamiento. Y mientras el Estado las llama industria, no les da ni derechos laborales, ni políticas públicas con enfoque de género.

¿Qué es realmente una industria cultural?

Una industria cultural no es solo producir arte. Es tener cadena de valor, circulación masiva, propiedad intelectual protegida, mercado e inversión. Ejemplo: la industria audiovisual de México o Colombia, con leyes, fondos, gremios y exportación. Eso requiere estructura, escalabilidad y políticas serias. Según la UNESCO, la cadena de valor completa: creación, producción, distribución y consumo masivo de bienes o servicios culturales. Ejemplos ; Cine, editorial, música, videojuegos, televisión.

¿Y qué es una pyme cultural?

Una pyme cultural es un taller de cerámica ancestral, una modista del barrio, una banda feminista autogestionada. Son esenciales. Pero llamarlas industrias sin brindarles infraestructura es romantizar la precariedad. Un colectivo que produce contenido en TikTok desde el sur de Quito. Un dúo musical que produce en casa y distribuye por Bandcamp. Son creativas, resilientes, diversas. Pero no son industrias. Y no está mal. El problema es que el Estado las trata como si lo fueran, sin darles lo que realmente necesitan.


La trampa del copy-paste institucional

Muchos fondos estatales copian modelos de industrias del norte global: exigen RUC, facturación, proyección internacional… mientras las creadoras locales apenas pueden pagar internet o alquilar un espacio. Esa política excluye y precariza.


¿A quién le conviene esta confusión?

  • A quienes no quieren asumir el costo de una política cultural real.

  • A quienes instrumentalizan el arte como marketing de ciudad creativa.

  • A quienes desconocen los ritmos, formas y saberes de las creadoras territoriales.

  • A las élites que nunca han puesto un puesto en una feria pero hablan de “innovación disruptiva”.


Reflexión final: no somos industria, somos cultura viva

“No hay posibilidad de coalición sin reconocer la opresión múltiple. Y no hay liberación sin el reconocimiento de los mundos múltiples que habitamos las mujeres racializadas.” — María Lugones

Llamarnos industrias sin garantizarnos derechos es borrar nuestras historias. No somos fábricas, somos territorios vivos, tejidos de memoria, economía de cuidados, creación y resistencia. No queremos ser tratadas como empresas: queremos ser reconocidas como sujetas políticas y culturales.

 
 
 

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